Martín Cáceres

Pensar el estallido desde el aula

El estallido en que estamos viviendo comenzó, una vez más, desde el malestar de un grupo de estudiantes secundarios. No es extraño que haya sido así. Como bien explicaba Pierre Bourdieau, el sistema educacional, que concreta su diseño en la escuela y finalmente en el aula, actúa como reflejo de la sociedad completa. En el sistema escolar se reproducen y amplifican las desigualdades, y se perpetúan los privilegios de la clase dominante. Todos pasamos por la escuela parte importante de nuestras vidas. Desde esta perspectiva, no es extraño que las trizaduras hayan comenzado desde las escuelas. Los que nos dedicamos a trabajar en educación sabemos que, pese a que hace ya varios años el mejoramiento de la calidad y equidad del sistema educacional ha sido central en el debate público, la experiencia escolar aún dista bastante del espacio que nos gustaría que fuera. Vale la pena revisar entonces, los síntomas de la crisis que resuenan fuerte en las aulas.

Podemos ver que en la ciudadanía completa existe un fuerte cuestionamiento a la legitimidad de las autoridades. Este cuestionamiento va unido al sentimiento generalizado de que el sistema no permite la participación. Vemos que en las calles se reclama un trato distinto a los ciudadanos, mayor dignidad y participación real. ¿Qué pasa en nuestras escuelas con respecto a estas demandas? ¿Cómo se organiza y ejerce la autoridad en la escuela?¿Existen posibilidades de participación real de los distintos actores en la construcción de su cotidianidad? La experiencia nos muestra que, en efecto, existen escasos márgenes de autonomía de los distintos actores involucrados, y sobre todo, de nuestros estudiantes, y que la autoridad se ejerce de forma jerárquica y sin participación efectiva.

En el mismo sentido, vale la pena observar el diseño e implementación del currículum. Si bien las sucesivas reformas curriculares de los últimos años han ido promoviendo la adecuación a los contextos locales, la cultura escolar predominante trata al currículum como un listado de contenidos, altamente prescriptivo. La presión por rendir en pruebas estandarizadas (el SIMCE y la PSU), deja poco espacio para la flexibilidad y adecuación del currículum, dificultando la construcción de experiencias de aprendizaje desde cada contexto. El sistema de competencia entre escuelas subvencionadas – debido al pago por asistencia – poco contribuye a la tarea reflexiva que se debiera dar en las escuelas. Por otro lado, el exceso de carga laboral de los profesores unido con la ausencia de espacios reales para reflexionar y trabajar en conjunto, hacen muy difícil que las escuelas efectivamente diseñen experiencias educativas que involucren los intereses de los estudiantes y sus comunidades.

De esta forma, el poco margen que tienen los profesores y las escuelas para pensar formas distintas y contextualizadas de aprendizaje, resulta en prácticas verticales y en culturas escolares, muchas veces, centradas en el disciplinamiento de los estudiantes más que en el aprendizaje significativo. En un sistema así, la posibilidad de agencia (entendida como capacidad para actuar en el mundo), tanto de los profesores como de los estudiantes está seriamente limitada.

Volviendo a Bourdieau, debemos tener en mente que estas problemáticas no parten en la escuela si no que desde la sociedad se cuelan y resuenan en el sistema escolar. Sin embargo, podemos y debemos preguntarnos, ¿Dónde, si no es en la escuela, podemos abrir un espacio distinto, donde exista dignidad, construcción de sentido y participación real? Si nos tomamos en serio esta pregunta, la agenda educativa debería replantearse, poniendo como centro la experiencia cotidiana de nuestros estudiantes para desde ahí, poner en práctica un modelo de relaciones distinto, donde la participación y autonomía sea parte del cotidiano.