Loreto Vallejos

Aproximación al ABP desde una novata con experiencia.

Uno de los grandes desafíos que tenemos las y los docentes, es poder incorporar metodologías activas en nuestras clases. Resulta innegable reconocer que es una demanda urgente a la hora de pensar en la mejora de nuestro quehacer. Sin embargo, la gran cantidad de información disponible sobre el tema, el poco tiempo a disposición y la carga laboral administrativa, muchas veces juega en contra para cumplir este cometido.

Aceptar este desafío implica también reconocer, que mucho de este recelo hacia la incorporación de nuevas metodologías pasa por malas experiencias con las capacitaciones docentes, que resultan siendo poco significativas o descontextualizadas, lo que termina apagando cualquier entusiasmo que tengamos a la hora de abrir la puerta a una nueva manera de hacer las cosas. Existe, además, la demanda de incluir la creatividad y la innovación, no solamente desde las jefaturas técnicas y el currículum, sino que también desde la realidad sociocultural en la que nos desenvolvemos actualmente: tecnología, acceso a la información y una deuda en lo socioemocional por parte de nuestros estudiantes, ávidos de nuevas maneras de aprender.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo avanzar?

Hace un tiempo tuve la posibilidad de conocer sobre ABP, no solamente desde una perspectiva teórica, sino que también desde la mirada de personas que llevan años reflexionando, creando y aplicando esta metodología desde las aulas y el acompañamiento docente, en establecimientos educacionales y formación inicial.

Al principio debo reconocer que me sentí perdida entre los conceptos y detalles que comenzaba a escuchar: situaciones evaluativas, autenticidad, producto público, HQPBL… Uf! no lograba comprender cómo se unía todo, y lo más importante, cómo se podía aterrizar en una clase.

Al ir profundizando en la comprensión sobre este tema, una de las cosas que hizo “click” fue darme cuenta que los conceptos eran realmente acciones que cotidianamente yo había realizado en mis clases; que había mucho de mi práctica en estos elementos, y que en realidad, no eran tan ajenos a lo que yo conocía y aplicaba. Entonces, ¿qué era lo verdaderamente diferente? La respuesta fue bien simple y extrañamente concreta: no era consciente de lo que hacía.

Surgió entonces una tranquila perspectiva: el ABP y las metodologías activas son parte importante de mis planificaciones y clases, pero el gran tema era que no había sido consciente de aquello. Una de las claves para avanzar en mejorar las prácticas docentes es darnos cuenta de lo que hacemos, detenerse para notar aquellas cosas que estamos implementando todos los días, que terminan siendo una parte más de un rompecabezas más grande, el cuál no habíamos podido observar antes.

Suena extraño, pero en mi trabajo como coach esto es lo que precisamente hago: acompañar a personas a que puedan tomar perspectiva de lo que hacen diariamente, para poder tener la “big picture” de todo. Y luego, ya conscientes de la panorámica general, poder tomar acciones concretas para aplicar un plan de acción.

Resulta curioso haberme podido dar cuenta que con el quehacer docente sucede lo mismo: qué importante es tomar distancia y ver con perspectiva todo aquello maravilloso que hacemos en nuestras clases con tanta dedicación, para mejorar los aprendizajes de nuestros estudiantes. Al hacerlo, todo el temor o agobio por incluir metodologías activas disminuyen drásticamente y nos sentimos capaces de hacerlo, ¡porque ya lo hacíamos! Lo que nos faltaba era precisamente notarlo.

Me acordé entonces de Humberto Maturana, cuando reflexionaba sobre este aspecto de la vida y cómo en realidad, la mayor parte de las cosas que uno hace “anda más o menos bien”, y que uno de los derechos humanos pendientes en nuestra sociedad es el derecho a equivocarse y a cambiar de opinión. A veces nos cuesta tanto como profes incorporar en serio estas ideas y creo que ahora más que nunca son tremendamente necesarias.

¿Qué se necesita, entonces, para incluir este tipo de herramientas?

Mi experiencia personal me ha dicho que, lo primero, es exponernos a conocer en profundidad, y que hacerlo de la mano de personas que están dispuestas a acompañarnos es de enorme ayuda. En segundo lugar, ser capaces de ver lo bueno de nuestras prácticas y analizarlas con cariño, sin ese enorme peso de “tener que saberlo todo y hacerlo todo bien”, porque muchas veces los principales responsables de no querer intentarlo somos nosotros mismos. Es entonces cuando la severidad le gana a la vulnerabilidad y terminamos por encerrarnos en lo que sabemos hacer bien y no le abrimos la puerta a lo que podríamos mejorar si tuviéramos una estructura que nos acompañe para lograrlo.

El ABP ha sido para mí una manera amigable de ver cómo una estructura metodológica puede ser un apoyo concreto al mejoramiento de la calidad de los aprendizajes, ya que nos ayuda a mirar en perspectiva lo que hacemos, y más aún, que nos invita a seguir investigando y conociendo. ¿Acaso no es eso una de las mejores cosas de ser profesor?